Conectar con los recuerdos del Parque San Martín

©MZ Inspiration
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Quizás los que visitan Mendoza deberían ver en el Parque a un gigante que ocupa mucho espacio en la vida urbana de todos los días. Hacer de Turista allí me resultó complejo porque tuve que mirarlo con otros ojos, y llenarme de hipótesis «¿Cómo será ver por primera vez los portones, la montaña y los Caballitos de Marly?». Están demasiado arraigados en mi memoria.

Como les comenté en el post Ciudad de Ruinas el Parque se pensó como el pulmón de Mendoza además de delicia paisajística, y con el tiempo se convirtió en lugar central de nuestra vida pública.

Los Caballitos de Marly, el Rosedal y el Cerro de la Gloria están entre los principales puntos de referencia para entender el funcionamiento del Parque y son además los tres puntos en donde se instaló la red de Wi Fi público del Gobierno de Mendoza, así que me propuse probar cómo podía esto completar el recorrido para cualquier turista. Nota: La red se llama MendozaWiFI y no requiere contraseña.

La entrada con los portones y los Caballitos nos deja bien claro que estamos entrando a un lugar especial, a un terreno importante que marca sus límites y que no sabemos bien en dónde termina. Pero, aunque diga entrada piensen más bien en un corredor o punto de referencia por el que obligadamente suben y bajan autos, de donde salen los carros de las reinas departamentales durante los festejos de Vendimia, en donde se junta gente para correr maratones, y en donde miles de personas en forma aleatoria quedan en encontrarse. Nos juntamos en los portones del parque debe ser una de las frases más pronunciadas por un mendocino/a.

En ese punto empecé a mirar las dos esculturas de los caballitos con ojos de turista, pensando en cómo representan una especie de saludo para quien entra al universo del Parque. Es un buen lugar para sacar una foto, subirla a Instagram o a alguna red social, y seguir camino hacia el Rosedal en donde hay mucho más lugar y sol para sentarse a tomar una coca, o parar a responder los mails.

El famoso Rosedal está raro porque por primera vez en años se vació el Lago del Parque, dejando un vacío casi existencial,diría, para casi todos. Mientras veía en dónde sentarme a responder los mails que había visto, escuchaba cómo dos señores de bastante edad teorizaban sobre cómo la máquina que allí trabajaba tenía que sacar el barro. Los perros no entraban a buscar al palito porque el barro los podía atrapar, las parejas miraban a la nada porque no había reflejo que admirar; los turistas pasaban, entretenidos porque se daban cuenta de que algo pasaba.

Fue un desafío pensar al Lago como un paseo y no como la referencia para mis paseos en bici o caminatas. Todos los que por allí pasan haciendo gimnasia hacen un recorrido casi automático dando la vuelta una y otra vez, pasando por el Museo de Ciencias Naturales, edificio que adoro mirar a cualquier hora; y cuyo estilo racionalista se planta en la punta del Lago. Es tan lindo que necesita que de vez en cuando lo admiremos con ojos de turistas. Si nos pensamos como turistas, el Rosedal tiene de todo un poco: mucha vegetación, esculturas y obras de arte, y sobre todo gente haciendo todo tipo de actividades.

El destino siguiente fue el Cerro de la Gloria, en cuya explanada encontré todo muy parecido a cuando era chica, quizá más limpio, menos lúgubre, y bastante poblado para un día de semana; con la gran diferencia de grupos de turistas que hablan en inglés.

La foto en la escalera sigue siendo un clásico, aunque el Monumento me pareció abordable en su totalidad. ¡Sentí que no había ninguna aventura por ser descubierta! Quizás las dimensiones sean distintas a cuando generalmente conocemos dicho monumento: en la escuela. Cada una de esas laderas tiene imágenes de soldados acompañados por mulas, carruajes, y otras figuras que representan cómo el Ejército Libertador se fue preparando con San Martín para dar batalla por toda América Latina. Quizás como muchas otras atracciones de Mendoza, el Cerro tiene la historia de haber sido uno de los lugares en donde el Ejército se preparaba para una gran misión. Es reconfortante sentir que la tranquilidad y el sol de Mendoza han sido compañeros centenarios de grandes gestas. Ayer la de San Martín, hoy la nuestra.

Las caras laterales son como un cuadro distinto que completa la obra maestra. Cuando era chica me fascinaba ir viendo cómo cambiaba la historia a medida que rodeaba con mis pasos el Monumento.

Además del Monumento, el Cerro tiene un Mirador en donde los Turistas sacan fotos preguntándose quizás qué es exactamente lo que están mirando ya que es tan voluminosa la vegetación que la única «cara» que se puede ver es la del Oeste mirando a la montaña y a los barrios de la gente que durante la Vendimia llena los cerros.

Sin lugar a dudas, de día, la vista del Mirador es pura realidad. Un buen contraste con la vista nocturna que durante la adolescencia buscábamos: un lugar para ver la ciudad llena de luces, pensando que pasaban cosas sin que nos diésemos cuenta, escuchando ruido y escapando del calor.

Subir el Cerro de la Gloria me llenó de imágenes de mi niñez, y de mi adolescencia. Ese Cerro representaba la salida de fines de semana a ver los pinos, el cielo, Mendoza desde arriba. Aún me siento entre ese seudo bosque corriendo, jugando y buscando un camino a la cima.

En todo el recorrido, sentí algo parecido a lo que menciona Paula en BAI acerca de Turistear/Trabajar al mismo tiempo: por momentos pude ponerme en los ojos de un turista, y por otros, sabiendo que tenía acceso a internet no podía evitar pensar en dónde ubicarme para chequear y responder mails, hacer llamados, planificar mi resto del día. De alguna forma es bueno porque implica que Mendoza, y otros lugares del mundo, nos permiten conocerlos («turistearlos») sin desconectarnos del todo. Turistear pasa a ser así algo cotidiano, cercano, en donde no tenemos que desaparecer de nuestra vida diaria, y en donde podemos jugar a mirar todo con otros ojos.

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